Si tienes altas capacidades, seguramente alguna vez has pensado: “¿Cómo puede ser que alguien tan inteligente, con tantos recursos y poder, se equivoque en algo tan básico?”
La respuesta no está en la falta de inteligencia, sino en cómo funcionan la mente humana, el entorno y los sesgos que nos acompañan.
Veamos algunos ejemplos reales que ilustran el fenómeno:
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Sam Altman (OpenAI): dejó de consumir frutas y verduras frescas y terminó con escorbuto, una enfermedad que se estudia en los libros de historia.
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Steve Jobs: retrasó un tratamiento médico convencional para su cáncer y apostó a terapias alternativas sin base científica.
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Elizabeth Holmes (Theranos): confió en exceso en una visión tecnológica irrealizable y arrastró a inversores y pacientes.
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Gwyneth Paltrow (Goop): promovió prácticas de bienestar sin evidencia sólida, hasta enfrentar problemas legales.
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Adam Neumann (WeWork): tomó decisiones financieras y de gestión desmesuradas que llevaron a la caída de su imperio.
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Elon Musk: tuits y gestos públicos que han costado sanciones regulatorias y volatilidad en sus empresas.
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Travis Kalanick (Uber): toleró una cultura laboral tóxica que acabó forzando su salida.
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Martin Shkreli: famoso por inflar el precio de un medicamento esencial, terminó condenado por fraude.
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Howard Hughes: genio aviador e inventor que, aislado y con problemas obsesivos, rechazaba ayuda médica y vivió atrapado en su propia mente.
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Bernie Madoff: uno de los mayores estafadores financieros de la historia, arrastrado por su propia trampa.
¿Qué hay detrás de estas decisiones?
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Exceso de confianza: Cuando una mente brillante resuelve problemas complejos, tiende a pensar que también puede resolver todo. Esa seguridad se convierte en un sesgo.
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Acceso ilimitado: El dinero y el poder permiten experimentar sin restricciones: terapias exclusivas, ideas de alto riesgo, proyectos sin filtros.
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Cámaras de eco: Rodearse de personas que dicen “sí” y evitan contradecir a la figura central elimina el freno natural de la crítica.
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Racionalización y orgullo: Para alguien acostumbrado a acertar, admitir un error puede sentirse como una amenaza a la identidad.
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Salud mental y soledad: El estrés constante, el perfeccionismo y la presión social pueden distorsionar la percepción de riesgo.
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Mentalidad de experimentador: La curiosidad que nos lleva a innovar también nos empuja a probar lo improbable… incluso cuando el costo personal es alto.
Un espejo para las altas capacidades
Estos ejemplos no deberían verse como burla, sino como advertencia. Las personas con altas capacidades solemos:
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Confiar en la lógica propia más que en la experiencia ajena.
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Buscar caminos alternativos solo porque son diferentes.
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Aislar nuestra visión por no encontrar fácilmente interlocutores críticos.
Todo ello puede llevarnos a errores que, desde fuera, parecen “de manual”.
¿Cómo protegernos de nuestros propios sesgos?
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Busca crítica honesta: rodéate de personas que puedan decirte lo que no quieres oír.
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Valora la evidencia: no todo problema se resuelve con intuición; a veces el método científico o el consejo experto son el mejor atajo.
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Acepta la vulnerabilidad: no todo lo podemos controlar ni resolver solos. Reconocerlo no resta inteligencia, la amplifica.
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Cuida tu mente y tu cuerpo: la genialidad no es invulnerable al desgaste.
En resumen
La inteligencia es un recurso extraordinario, pero no es infalible. De hecho, puede amplificar los sesgos si no hay contrapesos. Los grandes ejemplos históricos de errores en personas brillantes nos recuerdan algo esencial: lo que nos salva no es solo el poder de pensar, sino también el poder de escuchar, contrastar y aceptar límites.
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